Los vencejos empezaban a revolotear y sonar por Triana. Se escuchaban los tornos de los alfareros, los yunques de los herreros y hasta ecos de soleares venían de la calle Castilla. La candelería ya consumida iluminaba las paredes “encalás” de las casas. La Triana del Puente de Barcas, la de los Corrales de Vecinos, la Belmontina, la de las dos Cavas. La Triana de verdad, la que a mucha honra, a veces, parece y hace años fue un Pueblo. Todo en su justa medida, hasta la de la calle.
El sol tuvo el compás de aparecer cuando tenía que hacerlo, para que la faena fuera redonda. La Esperanza entró en la calle de noche y salIó de día, allí le amaneció, en aquella calle, Antillano Campos, que la hicieron para que pasara un pasopalio. Todo aquello fue lo que tiene ser Triana, sencillez, sin alardes ni barroquismos baratos, fue arte, gracia y sentimiento. Pero no todo fue perfecto, porque como yo digo, la belleza tiene que ser imperfecta, por eso no sonó Solea dame la mano.
Esto es el resumen de una noche, el amanecer. Triana estuvo, como debía de estar, con su Esperanza…
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